Otra vez la
escatología como tema de reflexión, como si con los de los perros el asunto no
estuviera agotado. Bueno, pero el feísmo junto con lo libresco se compensa, y
así la inevitable realidad binaria con que analizamos la vida se transforma en
“lo pulsional/lo racional”, o el sarmientino “civilización/barbarie”, o “lo
bajo/lo alto”, o “lo vulgar/lo intelectual”... En fin, se acostumbra a debatir
(y debatirse) en estas duplicidades, y el cruce peligroso, por plantearse como par
excluyente, da pie para la “reflexión escribible”. El mecanismo es siempre el
mismo aunque los detalles varíen.
Empecemos por la
lectura en el inodoro, un hábito muy extendido en cualquier latitud (se me
viene a la mente John Travolta en Pulp Fiction, saliendo de cualquier cagadero
con su sempiterna revista bajo el brazo). ¿Y por qué tanto fanatismo por leer mientras
se evacúa? O dicho al revés: ¿Por qué para muchos solamente el trono de
porcelana es un incentivo para la lectura? Sentados sobre la taza y “moviendo
el vientre” (eufemismo de mi abuela) parecieran ser las condiciones de
posibilidad de todo leer en serio. He aquí algunas experiencias.
Un jefe excéntrico que
tuve, desoyendo nuestras sugerencias de qué pensaría si un cliente pedía pasar
al excusado, había creado un verdadero rincón de lectura junto al inodoro del toilet
de la oficina: dos libros sobre robótica más una novelita de ciencia ficción en
inglés (gracias a mi intermediación) colgaban de sendos hilos amurados a los azulejos
de la pared con sopapitas (como los bolígrafos públicos, para que no se los
roben) justo al lado de la taza de porcelana. Nosotros, todos con claras
tendencias de anglofilia, llamábamos a ese acto con el púdico nombre de “reading
in the crapper”.
En este cruce de
civilización y barbarie también recuerdo el baño de un tío soltero, que había
acomodado en el bidet (que nunca usaba) una veintena de ejemplares de la
colección del Reader’s Digest traducida en dialecto gallego. Entraban justo, como
si ese artefacto de la higiene hubiese sido pensado para albergar esos libritos
de bolsillo: el “usuario”, sentado en la taza, los podía recorrer con los dedos,
como cuando se revisan las bateas de las librerías de usados. Era muy práctico,
lástima el contenido. Todo esto lo supe de primera mano porque cierta vez que
lo visité y pedí hacer uso de las instalaciones, me tenté con separar uno y hojearlo.
Tratándose de “lecturas digeridas”, que esos textos acompañaran tan íntimamente
al mecanismo de evacuación de intestinos, me pareció una coincidencia no exenta
de sardónica poesía. Lecturas pre masticadas para amenizar la liberación del
bolo fecal... (qué fea expresión). Recuerdo que cuando regresé al comedor le
comenté a mi tío esta graciosa conexión, pero él no captó el doble sentido.
En otra oportunidad
llegué a la populosa estación de trenes de Once, y debí acudir al excusado con
urgencia, aunque a cien metros tenía los baños mucho mejores del MacDuck, pero el
llamado del interior ya era acuciante desde Castelar, varias estaciones antes. Entonces
tomé coraje y entré al baño público de la estación. Allí estaba el cuidador
(especímenes que se merecen un artículo propio), un viejo sentado en su sillita,
con cara de nada, repartiendo papel higiénico en servilletitas ya preparadas y jaboncitos
a cambio de una moneda de colaboración. Yo entré medio a la carrera, con un
ejemplar de bolsillo que venía leyendo de a ratos en el tren, segundos antes.
El lugar era apestosamente deprimente. Me asomé al primer cubículo de la larga
fila y me quedé congelado junto a la puerta: no había inodoro, sino un
pestilente agujero con dos apoya-suelas de porcelana en el piso que reproducían
la forma de los zapatos. Nunca había hecho “número dos” sin una taza en la que
sentarme. El cuidador notó mi incertidumbre y me dijo “elegí el que quieras,
nene: son todos iguales”. Para salir de la situación completé el movimiento y
me encerré en el cubículo. Claro que se me fueron todas la ganas de leer, dada
la posición tan incómoda: acuclillado tan cerca del suelo y con ese librito de
tapas rojas en la mano me sentí como un anacrónico fan de Mao.
Y para ir acabando
este esbozo: la coprología en la literatura. Primero un recuerdo personal.
Corría al baño con una novela de Celine (me acuerdo de las tapas blancas de
esas viejas ediciones de Seix Barral) y por el apuro, al intentar levantar la
tapa interior (con forma de anillo) de la taza, el libro se me resbaló y fue a
parar al agüita. Por suerte el líquido estaba, digamos, sin uso, y además ese
inodoro de la casa de mi abuela, un viejo Traful, era de los de la arquitectura
del pisito y el hueco, lo que disminuyó los daños de la mojadura a la
contratapa y las últimas páginas. Más radical, pienso, como la cagada más
prestigiosa de la gran literatura universal, es la genuinamente irlandesa
“reading in the crapper” de Leopold Bloom, quien en esa mañana gloriosa de
Dublín, allá por 1904, luego de materializar su “morning crap” leyendo un
periódico literario, necesitó de papel higiénico y (cito eruditamente en ambos
idiomas para quienes gustan de verificar la traducción) “he tore away half the
prize story sharply and wiped himself with it” (“rasgó
contundentemente por la mitad el cuento premiado y se limpió con él”).
En fin, me digo
después de este alarde de enciclopedismo: si Joyce, quizás el mayor escritor
del siglo veinte, se pudo dar el lujo de ser... a ver qué adjetivo conviene...
procaz, yo estoy disculpado, sólo en este aspecto, claro, que no se me
malinterprete por favor, que no me estoy comparando con dios.
P.S.: Para el final, me ha quedado
oportunamente esta duda que no puedo evacuar. La expresión “tirar la cadena”,
en el sentido de hacer correr el agua del tanque o cisterna, ya no tiene
sentido, pues los modernos inodoros ya no traen más esos tanques de metal que
se amuraban de la pared, allá arriba, casi junto al cielorraso, y de los que colgaba
una cadena con un mango de madera del que había que jalar con fuerza. De chico
recuerdo que en casa usábamos la expresión “apretar el botón”, más acorde a la
tecnología del momento, pero que tampoco me convence. ¿Cuál sería la mejor traducción
del español para “flush the toilet”?

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