miércoles, 4 de marzo de 2015

El extinto arte del puñetazo


Hemos reemplazado a la mayoría de nuestros artefactos mecánicos por otros electrónicos, como el devenir inevitable del Progreso lo exige. Miro a mi alrededor y lo único que conservo de aquella era tecnológica es un reloj despertador de plástico, de esos manufacturados en Taiwán o por ahí. Inocentito, sobre mi mesa de luz, es un triste testigo de una era de engranajes y transistores. Pero lo que yo más añoro es la interrelación troglodita que uno establecía con el aparato. Quiero decir: ante una avería, un desperfecto menor, ¡zas! Un puñetazo bien aplicado y el aparato volvía a obedecernos. Ahora, en cambio, la violencia ante un televisor de LCD es perfectamente inútil: debemos guardarnos nuestro ímpetu cavernícola y recurrir al más civilizado “servicio técnico”.

Yo añoro esas sesiones gratuitas de psicoanálisis que nos regalaban lo viejos televisores de tubos de rayos catódicos: la imagen se iba, uno se levantaba de su asiento, se acercaba y (como si fuera a palmearlo) juntaba toda la bronca del día y descargaba un certero puñetazo sobre su carcasa: ¡maravilla!, la tevé volvía a emitir como si nada hubiera pasado. Y uno regresaba a su asiento con la convicción de que la violencia física al fin y al cabo sí servía para arreglar algunas cosas. En cambio hoy eso ya no es posible: ¿de qué me serviría, por ejemplo, pegarle unos buenos sopapos a esta notebook en la que escribo si de repente se tildara? De nada, sé que el único camino que nos deja la informática hoy es la del resignado reseteo, y a recomenzar sin chistar con el texto desde el principio.

¿Pero esto significa un avance en el proyecto humanista del progreso de la especie? No me parece: siguiendo el caso de la tevé, hace unos veinte años se podía ejercer el impulso bárbaro de corregir un desperfecto a los puñetazos, pero como contrapartida lo que se veía por la “caja boba” (eufemismo ya pasado de moda hasta para los formadores de opinión) no era tan dañino para el cerebro: existía una programación, no diré inteligente, pero sí menos estupidizante que la de hoy: no se habían inventado los “reality shows” (uno de los mayores venenos esparcidos por los yanquis, después de sus invasiones), no existían los programas de chimentos de la farándula o del "corazón" como le dicen en la madre patria (¿la matria?), “Gran Hermano” era una referencia estrictamente literaria y la “tinellización” (léase idiotización) de la cultura era una expresión que los sociólogos en pantuflas no tenían la necesidad de inventar. 
Conclusión, que por la pantalla de maléficos rayos catódicos se veía poco, sí, pero la prehistórica televisión de antes de la era del cable casi que no hacía daño a las neuronas. Y además, por supuesto, ese aparato jorobado, cuando se retobaba, nos daba la excusa perfecta para descargar la tensión con unos cuantos mazazos de puño bien aplicados.


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