martes, 28 de abril de 2015

La Matrix que los parió

(Primero una digresión. Llego a la librería de usados  capitalina donde compro desde hace muchos años, cuando vivía en un monoambiente a unas pocas cuadras de allí. Traigo mis cuatro o cinco ejemplares para canjear. Son de allí mismo, tienen el sello del comercio y una letra que refiere a un casillero de la lista de precios y que cada tanto reactualizan. Eso mismo acababan de hacer hacía pocos días: de un plumazo, los libros que valían, digamos, H [$ 12] pasan a valer H [$ 21]. Así de fácil se desquitan de la inflación. La empleada me toma mis libros, calcula y me dice el monto que tengo de crédito, y que debería ser el 50 % de lo que figura en la lista de precios actual. Pero no: noto que faltan como 30 pesos. “Es que te lo coticé con la lista vieja”, me dice sin inmutarse. “Pero yo voy a comprar con la lista de precios nueva”, trato de razonar. “Tenemos que cubrirnos”, me dice la librera por toda explicación, aunque yo siga sin entender cuál es la lógica comercial de este trato. ¿Me compran a precio viejo y me venden a precio nuevo? “Muy bien”, le digo. Doy media vuelta y me pongo a buscar libros que me interesen para cubrir el escaso crédito que me ha reconocido. En una distracción de la empleada, dejo que cuatro ejemplares [qué manos torpes que tengo a veces] caigan dentro de mi mochila que espera en el piso, arrinconadita, con la boca ya abierta, tanta era la sed de venganza que tenía la pobre... Conclusión: por robarme 30 pesos, esta librera terminó perdiendo más de 150. Business are business...)
Hay algo que en el mundo ya casi no se discute, un  presupuesto, un “grund” de “sentido común” que se ha disuelto allá bajo nuestros pies. Y si alguien lo hace nadie lo escucha. Tal vez porque, concentrados como estamos en sacar ventaja, preferimos poner la energía en conocer los tejemanejes del juego que intentar imaginar algo distinto. Ese algo invisibilizado es la tijera que nos corta del molde a todos, ni bien nacemos y mientras crecemos: el capitalismo. Es decir: la visión de mundo que ha ganado, que se ha naturalizado en cada uno de nosotros como el alien cómodamente instalado dentro del oficial Kane. ¿Cómo sería una vida más plena, más humana, más allá de la lógica del mercado y de la dialéctica comprar/vender, más allá de la pulsión por ponerle a todo un precio? ¿Cómo sería la vida en una comunidad, el trabajo en común, abierto y sincero, sin estar con el esfuerzómetro en la mano, midiendo y tasando hasta el menor trabajo de cada cuerpo? ¿Qué se sentiría formar parte de una sociedad minúscula pero viva, sin pensar en la ganancia, en la competencia, en el mérito? Me pregunto, porque proyectar algo distinto a la lógica capitalista pareciera hoy algo tan difícil como imaginarse la cuarta dimensión, y sin embargo hubo varios casos (efímeros y luminosos) en la historia de esta especie deleznable donde la dignidad mató al alien íntimo de la codicia y dejó paso a una experiencia superadora. (Y tal vez exista. Quizás en este mismo momento, en esta misma mañana en la que escribo esto, algunos hombres y mujeres parecidos a mí trabajan juntos, rezan juntos, comen juntos y se sienten hermanos.)
Es que nuestra Matrix (que otros llaman Mercado), a diferencia de la bidimensional y poco marketinera caverna platónica, reboza de belleza y colorido. Cómo no obnubilarse con todas esas luces. Todo para vender, todo para comprar. Salgamos a la calle: el mundo es un gran mercado, y esa vidriera fantasmagórica repleta de espejitos de colores podría recibir su píldora roja. “Ya no saben qué inventar”, reflexionaba mi abuela, entre asombrada e indignada, cuando la industria del juguete nos ponía en las manos, a mi hermano y a mí, nuevos y novedosos chiches que nosotros habíamos visto promocionarse con insistencia en un comercial de tevé. Cómo no maravillarse de todos esos juguetes que alimentan al alien del deseo que llevamos dentro. Cual niño feral liberado en disneylandia, no dejamos de devorar y devorarnos. “El mundo es una gran teta”, dice Erich Fromm en un texto que me dieron a leer en una clase de filosofía, en la escuela secundaria, y que sentí como revelador.

Porque sea un broker de Nueva York o el kiosquero de acá a la vuelta, sea un poderoso empresario o una jubilada que teje bufandas para pasar el rato, lo triste es que en el fondo (en el “grund” existenciario) todos son lo mismo: sus aliens varían en el tamaño de su codicia, eso es todo. ¿Y cómo no arrebujarse en la comodidad de lo conocido, de lo cierto, si hasta Neo, luego de la píldora roja de la anamnesia, preguntó si no podía volver a la tranquilidad de la mentira...? ¿En alguno de sus bolsillos, Morpheus guardaría el prospecto de la píldora liberadora? ¡Aparézcaseme en sueños, Morfeo hollywoodense, y cuénteme cómo producir en cantidades industriales su medicamento despabilador! Sin dudas el mercado farmacéutico estará abierto a la novedad.

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