sábado, 9 de mayo de 2015

Las reglas del Juego

I (Temprano, al despertar)
Hay un procedimiento y un proceder
ciertas reglas lúdicas mas no lúcidas
para practicar el Juego que juego.
Es mi Juego. Yo soy el Jugador.
Esta mañana ni bien desperté,
mi primer pensamiento fue para Él.
Me dije ya no queda mucho tiempo
es mejor que explique sus entrañas
los flujos invisibles que lo atraviesan.
Ya es hora, recuerdo que pensé
estando en decúbito supino:
es hora de volver exotérico lo esotérico.


II (A eso de las once, cuando en otoño el sol divide en dos mitades exactas el rectángulo del patio)
Hay una luz que viene del jardín
y me anega por fuera
pero la negrura de la mente se resiste
a expeler en un discurso
“coherente y cohesivo” como me
enseñaron en la escuela
las reglas del Juego que juego
sin necesitar describírmelo
a mí mismo pues de alguna manera sé
qué es cómo se alimenta cuánto vale.
Podría comenzar enumerando sus
componentes como si las partes
delicadamente membretadas
sobre la mesa de disección
formaran un todo
como el que captura el misterio
de un koan apenas
terminó de decirse.
Pero algo puedo articular:
El Juego es su narración
y quien narra crea de la nada
juega el juego de las combinatorias.


III (Pasado el mediodía, minutos antes del plato de comida)
Recuerdo que el Juego en sus días tempranos
era tan dubitativo como estas palabras.
Y sólo después de habitarlo mucho,
(de volverlo hábito y hábitat)
con el tiempo, tras sus correcciones
pude sentir su fluido amniótico.
O también podría compararlo
con el leve dolor en la piernas
que se siente cuando uno
recién se ha levantado
de un sueño prolongado,
esa sensación de fragilidad
en las articulaciones de los pies
como si recién se empezara a caminar.


IV (Recién levantado de la siesta)
Para que mi discurrir pierda un poco de abstracción
y tome ribetes más narrativos diré que
le he aplicado al Juego (mi ley)
varios modelos de la realidad (La Ley)
tales como el sistema de salud municipal,
la regulación de las tarifas aduaneras,
las figuras que forman las hormigas
durante sus peregrinaciones diurnas
y también el paso de la luz solar
por el territorio de mi habitación
durante todo un día, doce de mayo,
a los 34 grados sur, 58 grados oeste
de este orbe insondable.
Y en todos los casos la Realidad
pasada por el tamiz del Juego
exudó el olor de la fragancia
de la planta de maíz.
Y esa fragancia es bien real, por cierto.


V (A eso de las siete, cuando en otoño el sol comienza a flaquear)
Que les quede bien claro:
en el Juego
no hay un Más Allá
de lo hasta acá dicho
ni metafísicas ni improntas
místicas o míticas que puedan
subyugar el placer de
estar en el Juego.
Un presente imperfecto
un más acá del goce
un ejercicio pedestre
con chillidos de tripas
como música de fondo.
Es apenas una magia modesta:
la del jugador jugando el Juego
como la del creyente bajo el techo
de chapas de la capilla barrial.


VI (A eso de las diez, en la cocinita, entre platos sucios y migas)
El Juego consiste en cuatro dados
cada lado de cada cubo de marfil
consta de un color, un olor y cierta rugosidad
cuya delicada textura sólo pueden identificar
las yemas que han habitado el Juego desde el principio.
El Jugador solitario arroja los dados cuatro veces,
de la combinatoria surgen dieciséis
estados mentales posibles,
de allí podrán salir un verso, un dibujo
una melodía, un fotograma o simplemente
la excusa que el Jugador necesitaba
para quedarse echado fumando
mientras sigue los contornos
de las manchas de humedad del cielorraso
entre las volutas de humo.
En el Juego no hay ganadores ni perdedores
no hay señales biunívocas, ni certezas ni dudas.
Hay sí, sensaciones:
la de sentir los dados dentro del puño cerrado
la de escucharlos rodar sobre el tapete verde
entrechocándose, y al fin, ya detenidos en su rodar,
la de verlos formar tonos, figuras, ideas, reminiscencias.
El Juego no proyecta nada sobre el jugador a no ser
la sombra de cuatro pequeños cubos de marfil
bajo la luz cenital de las lámparas.


VII (Cerca de medianoche, antes de apagar la luz, otra vez en decúbito supino)
Relee los versos escritos durante el día
y siente que
como ese personaje de El Congreso
querer glosar el Juego
es tan inútil como querer catalogar el mundo.
Vivió en Él la mayor parte de sus días
otros también podrán hacerlo,
¿no es ésa bendición suficiente como
para no perturbar el fluir de Sus líquidos?
En la duermevela de los versos finales
bajo el sopor pringoso de los somníferos
la mente pareciera más lúcida (más lúbrica),
calmosa y tal vez ahora sí preparada
para narrar las Reglas.
Pero no.
Lo que importa es evidente:
el Juego, como dice el filósofo,
está-en-el-mundo,
se ha incrustado en la vida
como una cuña entre dos nervios.
Disculpenló que no pueda darles
mayores precisiones.
Va a apagar la luz.

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