De la profusa
cartelería pública (gubernamental o particular) que informa, sugiere o amenaza,
hay una con una frasecita muy difundida que me resulta particularmente
patética. Bancos, comercios, oficinas estatales o clubes deportivos nos quieren
advertir ni bien entramos, a nosotros, humildes clientes, contribuyentes o
socios, de que estamos siendo observados. No, dear Jean-Jacques, no somos
buenos por naturaleza, ellos no confían en nuestra buena fe y por eso nos
alertan con un toque de patético humorismo, ni bien pisamos sus señoríos: “Sonría
lo estamos filmando”.
¿Acaso es un casting?
¿O presuponen que si delinco y el video llega a un noticiero, desearía verme
risueño en la televisión nacional, contento de estar haciendo lo que hago?
¿Querrán guardar de mí un registro festivo de mi paso por el local comercial?
¿O nuestras forzadas sonrisas, compiladas y bien editadas, serán parte de la
folletería de futuras campañas publicitarias de la empresa? ¿O, más sencillo,
me piden que sonría porque el que primero que pensó esa frase, en los albores
de los sistemas cerrados de cámaras de seguridad, era un ser tan imbécil y
taimado que no se le ocurrió nada más sincero para anunciar la venida de la era
del Bigbrotherismo, tal como lo predijo un profeta profano? De allí, parece que
fue un simple copiar y pegar.
Hay otra variante,
igual de canalla, pero menos ridícula que la anterior: “Por su seguridad lo
estamos filmando”. ¿Y en dónde se juega mi seguridad personal? ¿Qué ganaría yo
al evitarse un atraco? Como si una cámara disuadiera a un ladrón de dar el
golpe... Mienten otra vez, pero por lo menos evitan el mal gusto de reclamar
una sonrisa imbécil. Es el efecto del panóptico benthamiano. La verdad es que
uno no ve ninguna cámara, ni cree que ese comercio rasposo pueda comprarse una,
y si las ve, le dejan a uno la sensación de que no están filmando, o filman
pero no graban. Pero por las dudas... (¿las dudas de qué, si yo no tenía
pensado hacer nada malo?). Lo más gracioso es que cuando las imágenes del
accionar de las “mecheras” (mujeres robadoras de tiendas minoristas) llega a un
noticiero mañanero, el telespectador comprueba que el comerciante pudo filmar a
los ladrones pero no pudo evitar ser robado. Sigo sin verle la gracia, más allá
de la publicidad gratuita que le hacen al comercio. ¿Les servirá como prueba
para el seguro, o al menos para “fichar” las caras de esas señoras con una capacidad
admirable para guardarse bajo su pollera y entre los muslos, en un santiamén,
cuatro jeans a la vez?
Yo, como soy escéptico
de que muchos de esos carteles tengan un correlato fílmico, más de una vez
estuve tentado de bajarme los pantalones y apuntar mis nalgas al ojo eléctrico,
allá arriba. Esa, mi sonrisa vertical que les ofrendaría a los comerciantes,
¿no respondería al taimado mensaje de velada amenaza, pero devuelto con un
original toque de gracia? (Pues tu panóptico funciona, dear Jeremy, verás que aunque
lo pensé nunca me animé a saludarlos de manera tan “vellamente” impúdica.)
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