En una mañana lluviosa
como la de hoy, sábado, es cuando me pregunto por qué. Hay que escribir, pero
no hay nada que decir. Y entonces por qué, o lo mismo no daría pasar la mañana
viendo llover. Nada viene a la mente, ninguna idea, ninguna asociación ni tema.
Me digo que ojalá yo tuviera la saludable presión de los escritores que han
colaborado como columnistas en la prensa y que sí o sí debían entregar una
columna semanal. Como contaba Mairal, convivió durante años con la angustiosa
sospecha del “¿y qué pasa si esta vez, de verdad, no se me ocurre nada de
nada?”, y la cosa fue que, al final, y siempre, los 1900 caracteres para
entregarle al editor salían.
Si uno tiene la
necesidad, diría fisiológica, por escribir, y no tiene nada (aparente) para
decir, ¿cómo se las arregla? Un pintor puede, supongo, para pasar el rato, enchastrar
un lienzo con algunas manchas y figuras azarosas, un músico puede improvisar
unos acordes para sacarse las ganas de estar cerca de su instrumento... Pero el
escritor, ¿cómo habita la forma si no le pone algo de sentido adentro? Cómo
escribir sin decir, cuando se tiene la urgencia por escribir y nada que decir.
Estás páginas del diario de J. J. Saer son reveladoras para mí:
Por el gusto de escribir algo:
después de muchos días de silencio escritural me ha asaltado en el baño,
mientras me lavaba las manos, antes de irme a acostar, el deseo de estar, a la
luz de la lámpara, escribiendo. Deseo de escribir; no de decir algo. Pero
deseo, también, de escribir en tanto que escritor: sin que ninguna razón, como
no sea el deseo de estar a la luz de la lámpara, escribiendo, haya motivado mi
acto.
Pero lo que yo pensaba, en mañanas así, tan
propicias para estas preguntas del superyó confesor, cuando lo único que se oye
es el rumor del agua cayendo en el jardín, es por qué hay que escribir. Por qué no podría dejar que esta mañana se escape
mirando televisión, o acodado frente a la ventana, viendo el ir y venir de los
transehúntes más allá del balcón, con sus paraguas y sus capotes, las empleadas
de las tiendas de ropa que, enfrente, se aburren detrás de sus mostradores. Y
la respuesta, my friend, está soplando en el viento: porque debo justificar el
día. Condiciones ideales, hoy tengo todo lo que necesito y soy dueño absoluto
de mis horas: la notebook, los libros, la casa silente, nadie vendrá a tocar el
timbre ni me telefoneará. Pienso que esto no durará mucho, que este día, todo
para mí, es un regalo huidizo. No puedo dejarlo pasar así como así. Hay que
justificarlo. Hay que escribirlo. ¿Y
si no se tiene nada que decir? Bueno, me digo, aquí hay un tema: memento mori.
(Unas pocas líneas, y él
ya se siente redimido.) Vale.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario